jueves, 4 de febrero de 2010

Un McDonnell Douglas en las Nubes






El hato de mentiras, desprecio, palizas y el no comer caliente, desata pantalones, shorts, camisas floreadas, bragas, calcetines, sueños y ligueros de cualquier secadero. Desencadena tristeza rabiosa y una desesperanza narcótica: Mirar los frutos maduros, casi secos, cayendo de ese tendal secreto que se llama “un sufrimiento de caballos”.
No me dejaba dormir, trescientas vueltas sudando pesadillas, demasiado ruido, el calor asfixiante que se declaraba inocente. Me levanté y perseguí aquel ruido calcado al despegue de un Douglas cuatrimotor del 46, en cada paso que daba el ruido rayaba hasta mover los dientes.
Entré en su casa, un caserón enorme con el suelo lleno de nubes que salían por la puerta. En el centro del patio, María (nombre escogido deliberadamente) de rodillas ante un balde sin agua y con lavadero de madera clamaba una retahíla de sinrazones, insultos, rascamientos de la cabeza de pelos anárquicos (estudio de una reforma neuronal) golpes secos de la palma de su mano, babas de ofrenda… Todo oculto, escondido, por el ruido de aquella lavadora pasada de centrifugado con tambor de carga frontal, viajando a la velocidad de la locura y escupiendo espuma de jabón industrial inflado; como un altar con sagrario donde María guardaba su dignidad y su odio hacía todos aquellos que le llevaron a su conflictiva y aseada locura.

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